Es hora de reestructurar nuestra política social. Por Juan José Obach
En Canadá, nadie tiene que solicitar las subvenciones ya que se calculan una vez al año en la declaración de impuestos y las paga el mismo organismo público. También incentiva la formalización, ya que quienes no declaran impuestos no reciben ayuda estatal.
Hoy se habla mucho de la garantía de derechos en el proyecto de Constitución, que de nada sirve si no tenemos una política social efectiva. En las sociedades modernas, los estados juegan un papel fundamental en la reducción de la desigualdad de ingresos. A través de sus sistemas tributarios y sus sistemas de subsidios y transferencias, están llamados a redistribuir efectivamente el bienestar que resulta de la acción del mercado. Para cumplir esta difícil misión es necesaria una política social moderna, coordinada y eficaz. Desafortunadamente, estamos lejos de este escenario ideal.
Primero veamos qué nos dicen los números. Antes de la acción estatal, la desigualdad de ingresos de mercado en la OCDE y Chile, medida por el índice de Gini, es de 0,42 y 0,5, respectivamente. Después de la acción del gobierno (impuestos, subsidios y transferencias) la OCDE logra reducir este índice en 10 puntos porcentuales y Chile en solo 4. ¿Por qué la acción de los países de la OCDE es 2,5 veces más eficiente que la nuestra?
El principal problema es que tenemos una política social desarticulada que genera incentivos a subregistrar ingresos para no perder beneficios (“cotízame por el mínimo”). El ejemplo más claro de este concepto erróneo es el beneficio de vivienda DS49: las familias solo son elegibles si se encuentran entre el 40% más vulnerable. En otras palabras, el 41% no recibe nada. La historia está contada. A esto hay que sumar que año tras año se suman más programas públicos, con baja cobertura y sin capacidad para asegurar su efectividad. Si en 2012 eran 478, en 2021 esta cifra ha subido a 699 -incluido el 46% con un presupuesto inferior a los 2,5 millones de dólares-. Así, con cada gobierno creamos un nuevo programa, sin hacer un análisis sistemático del existente y privilegiando iniciativas de bajo presupuesto en detrimento de transferencias masivas bien diseñadas.
¿Qué están haciendo los países que son más efectivos que el nuestro para reducir la desigualdad de ingresos? Canadá, por ejemplo, ha anclado su política social en una extensa red de subsidios directos a las familias, administrados y pagados directamente por su oficina de impuestos (Agencia Tributaria de Canadá), que simplifica y automatiza la entrega de cada uno de estos beneficios. En pocas palabras, nadie tiene que solicitar las ayudas ya que se calculan una vez al año en la declaración de la renta y las paga el mismo organismo público. También incentiva la formalización, ya que quienes no declaran impuestos no reciben ayuda estatal.
Para ilustrar la comparación, imagine una familia de cuatro: padre y madre (ambos trabajadores cuyos ingresos combinados equivalen al 60% del ingreso familiar medio) con dos hijos menores de 18 años, uno de los cuales es discapacitado.
Si esta familia viviera en Canadá, tendría un ingreso anual de aproximadamente $37,800 dólares canadienses (CAD) y recibiría los siguientes beneficios: $18,400 CAD para sus dos hijos (Prestación por hijo de Canadá); 1.000 dólares canadienses para un subsidio dirigido a personas de bajos ingresos para aliviar el consumo (Crédito GST/HST) y $3,100 CAD para un subsidio para trabajadores de bajos ingresos (Beneficio de los trabajadores canadienses). Así, gracias a la política social canadiense, esta familia vería aumentar sus ingresos en un 54%.
Si la misma familia viviera en Chile, tendrían un ingreso familiar de alrededor de 550.000 pesos mensuales. Para acceder a las prestaciones sociales, primero hay que estar inscrito en el registro social de hogares. En subsidios podría recibir la Asignación Familiar por $20.150 mensuales, el Aporte Familiar Permanente por $8.800, la Prima por Trabajo Femenino por $35.000 y el Ingreso Mínimo Garantizado por $31.000. Para recibir estos beneficios tendría que pasar por los procesos de solicitud del Ministerio de Desarrollo Social y SENCE, logrando incrementar sus ingresos familiares en apenas un 17%.
Canadá contra Chile. Aumento automático de ingresos del 54 %, en comparación con un aumento del 17 % debido a los engorrosos procesos de acreditación y solicitud. Si bien iniciativas como Chile Atiende o la Red de Protección Social permiten que los ciudadanos accedan a la información de una manera más fácil, estamos lejos de contar con una política social oportuna, moderna y efectiva que ayude a las familias donde más lo necesitan: aumentar su ingreso disponible.
Debemos repensar y reestructurar nuestra política social, basada en una política de transferencias que fomente la formalización del trabajo. Una política social basada en transferencias es más expedita, tangible y llega donde más se necesita. Aquí, es fundamental darle un papel destacado al Servicio de Impuestos Internos, para incentivar la presentación de las rentas formales y que no exista un proceso de solicitud más allá de la declaración anual de impuestos. El gobierno bien puede incluir esta discusión como parte de la reforma tributaria. Si seguimos posponiendo esta discusión, las expectativas de las familias sobre el papel del Estado seguirán siendo estrepitosamente frustradas, sin importar los derechos que garantizamos en nuestra Constitución.